viernes, 17 de mayo de 2019

Cuento: Cumpleaños de dinosaurio





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Cumpleaños de Dinosaurio


Juanchu amaba a los dinosaurios. Soñaba dinosaurios. Dibujaba dinosaurios. Coleccionaba dinosaurios.

Y al llegar su cumpleaños, ¿qué pidió? Una fiesta de dinosaurios. 
En una lista sus padres anotaron: invitaciones de dinosaurio, piñata y globos de dinosaurio, vasitos, mantel y servilletas de dinosaurio, y una enorme torta de dinosaurio con velitas de dinosaurio. 
Entonces pensaron “así nos gusta, todo bajo control”.
 –¿Puede ser de disfraces la fiesta? 
–Sí, Juanchu. Sí. ¿Puede animarla mi tío Pepo? –Sí.
 –¡Seré el mejor dinosaurio para mi juanchu!– dijo el tío Pepo y se desperezó. –“...¡aaaaaaaggggghhhhh!...” Después de un largo bostezo prometió aparecerse en el cumpleaños con un enorme disfraz azul. 
Llegó el día de la fiesta. La casa preparada.
Los invitados, a punto de llegar. Juanchu estaba en su habitación. Se sentía raro. El disfraz le sobraba en los pies, le tironeaba bajo los brazos y se había descosido en un costado.
 La mamá le pintó unos bigotes (es que a juanchu también le gustan los tigres). Llegaron los chicos, pero sólo cuatro estaban disfrazados. Ivi, Guidi, Joaco, y Catalina, la distraída. Cuando la mamá repartió bonetes de dinosaurio (que había comprado por las dudas), todos los chicos se pusieron a gruñir y a mostrar las uñas. Menos Catalina, que se quedó mirando cómo bailaban los globos de dinosaurio con el vientito del ventilador. 
Media hora después, y Pepo sin llegar. –¡¡Guerra de dinosaurios, todos contra todos!! –decidieron los propios chicos. Menos Catalina, que se puso a comer palitos salados bajo la ventana. 
Y tal vez fue por eso que sólo ella escuchó aquel ruido que venía de afuera. Y que vió aquella sombra avanzando por la pared.

   Sonó el timbre. Catalina dejó de comer palitos. ¡Era un dinosaurio! Juanchu corrió a abrir la puerta, y entonces, deslumbrado gritó:
 –¡Chicos, chicos, vengan a ver a mi tío Pepo! En silencio, los chicos miraron al dinosaurio. El dinosaurio miró a los chicos. Hasta que rugió un descomunal rugido, con su garra rayó la puerta, descolgó la cortinita floreada y entró.
 Juanchu dijo: “...guaaauuu...” y lo abrazó. Guidi le lamió una pata. Ivi lo pellizcó. Y joaco se puso a dibujarle el lomo con una birome.
 Los demás aplaudieron. Menos Catalina, que se largó a llorar y corrió a avisarle a los padres de Juanchu que un dinosaurio de verdad acababa de entrar por la puerta.
 –¡¡Es enorme, azul y con unos dientes así de grandes!!– 
–...bien, bien, ya era hora de que llegara pepo...– comentaron los padres. 
Catalina, bastante ofendida, se escondió debajo de la mesa con un plato de masitas. El dinosaurio se dejó caer en el sillón, algo mareado. Los chicos se le subían por la espalda, lo tironeaban para todos lados y le hacían trencitas.

  Cuando la mamá los llamó a la mesa, entre todos lo arrastraron, y comieron y bebieron apurados, para seguir jugando. 
–Parecen bestias– decía el papá. 
–¿Soplamos las velitas juntos, tío?– preguntó Juanchu al dinosaurio. Pero justo, justo, cuando terminaba el “...queee los cuuumplaaas feeelííízzz...”, el humo de las velitas entró en sus dinosáuricas narices, y “...¡¡¡¡aaaaatchuúúússsss!!!!...” El estornudo, con la fuerza de un terremoto, destruyó la torta. La mamá y el papá miraron uno a uno los pedacitos de torta desparramados por el living, como si se pudieran volver a juntar. 
Y a los chicos, bañados en chocolate, que se llevaban al dinosaurio hasta el cuarto de Juanchu. El dinosaurio quedó mudo. Raros seres lo acechaban desde los rincones.
 Pero el colmo fue el espejo. Esa enorme bestia azul que lo miraba con cara de espanto. Muerto de susto, el dinosaurio salió corriendo.
 Sólo catalina lo vió cruzarse en la puerta de calle con Pepo, que justo, justo llegaba disfrazado.
 ¡Se había quedado dormido!
 Mientras huía, el dinosaurio vió a Pepo (a esa cosa de tela parecida a la bestia del espejo) luchando por sacarse la cabeza. Pero pepo no vio al dinosaurio (a esa cosa veloz que pasaba a su lado resoplando). 
Y cuando al fin liberó su cara del disfraz, en pose de fiera dijo “bu”. 
Los chicos lo aplaudieron como locos. Nunca habían tenido un animador así, sobre todo por los gruñidos.
 La fiesta había terminado.
 Con Juanchu a upa, Pepo decía “gracias, gracias, pero aún no han visto nada”, mientras los demás se iban a sus casas. 
Feliz esa noche, juanchu en la cama imaginó una nueva fiesta. Porque iba a coleccionar, a dibujar, a soñar. 
Juanchu iba a amar a los robots gigantes interplanetarios...

jueves, 2 de mayo de 2019

Cuentos Tradicionales

Los tres chanchitos

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En medio del bosque vivían tres chanchitos que eran hermanos. Cuando se hicieron suficientemente grandes, su madre los envió a que conocieran el mundo. Apenas se fueron, los chanchitos decidieron hacerse cada uno su casa. El más pequeño la hizo de paja, para acabar antes y poder irse a jugar. 
El mediano construyó una casita de madera. Al ver que su hermano pequeño había ya terminado, se dio prisa para ir a jugar con él. 
El mayor trabajó arduamente en su casa de ladrillo. Ya verán lo importante que es tener un hogar bien construido - , les dijo a sus hermanos, al observar que éstos seguían divirtiéndose. 
Los hermanitos estaban tan distraídos que no se dieron cuenta de la presencia del lobo, que comenzó a perseguir al chanchito más pequeño, este corrió hasta su casita de paja, pero el lobo sopló y sopló, hasta que la casita de paja se derrumbó. 
Entonces el feroz animal persiguió al chanchito por el bosque, que corrió a refugiarse en la casa de su hermano mediano. Pero el lobo sopló y pateó con fuerza las paredes y finalmente la casita de madera se desplomó. Los dos chanchitos salieron a toda velocidad. Casi sin aliento, con el lobo pegado a sus talones, llegaron a la casa del hermano mayor. 
Los tres se metieron dentro y cerraron bien todas las puertas y ventanas. El lobo sopló con todas sus fuerzas, luego pateó las paredes. Y como se dio cuenta que no podía destrozarla, se puso a dar vueltas alrededor de la casa, buscando algún sitio por donde entrar. Con una escalera larguísima trepó hasta el tejado, para colarse por la chimenea. Pero el cerdito mayor, ya había puesto al fuego una olla con agua. El lobo descendió por el interior de la chimenea y cayó sobre el agua hirviendo... ¡que sorpresa más desagradable! 
Escapó de allí dando unos terribles aullidos que se oyeron en todo el bosque. Se cuenta que nunca jamás, quiso comer a los chanchitos.