viernes, 14 de junio de 2019

Cuento: La llave de Josefina


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La llave de Josefina

Hay gente que no tiene paciencia para leer historias.
Acá se cuenta que Josefina iba caminando y encontró una llave. Una llave sin dueño. Josefina la levantó y siguió andando.
Seis pasos más allá encontró un árbol. Con la llave abrió la puerta del árbol y entró. Vio cómo subía la savia hasta las ramas y subió con la savia.
Y llegó a una hoja y a una flor. Se asomó a la orilla de un pétalo, vio venir a una abeja y la vio aterrizar.
Con la llave, Josefina abrió la puerta de la abeja y entró.
La oyó zumbar desde adentro, conoció el sabor del néctar y el peso del polen.
Y voló hasta un panal.
Con la llave abrió la puerta del panal, abrió la puerta de una gota de miel y entró y goteó sobre la zapatilla de un hombre que juntaba la miel.
Hay gente que en esta parte ya se aburrió y prende la tele. Pero la historia dice que, con la llave, Josefina abrió la puerta del hombre y entró. Y sintió lo fuerte que quema el sol y cómo se cansa la cintura y que el agua es fresca. Y, con la mano del hombre, acarició a un perro común y silvestre.
Con la llave, Josefina abrió la puerta del perro y entró. Y les ladró a las gallinas, al gato y al cartero. Y después abrió la puerta del cartero, del gato, de las gallinas, de las limas para uñas, de las tortas de crema, de los banquitos petisos y de los grillos.
Hay gente que, a esta altura, ya se fue a tomar la leche. Pero la historia dice que, cuando estuvo segura de que esa llave abría todas las puertas, Josefina abrió la puerta de Josefina y entró.
Se sentó en el banquito petiso y, con la lima para uñas, se puso a hacer otra llave distinta a la primera, pero igual.
Después se quedó sentada en el banquito, pensando. Josefina quiere elegir a quién darle la segunda llave. Porque no es cuestión de entregársela a cualquiera.
Pero si vos todavía estás ahí, si no prendiste la tele y no te fuiste a tomar la leche... acá la tenés, tomala. Porque dice Josefina que la llave es tuya.


Extraído, con autorización de la autora, del libro Sacá la lengua (Buenos Aires, Editorial El Ateneo, 1999; colección Cuenta conmigo).

Cuento: Mirar la luna

Mirar la luna

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Una noche de verano sumamente calurosa, una noche de fines de diciembre, salí a tomar aire afuera de la cabaña que ocupaba temporariamente.
La noche era apacible y hermosa. A mi alrededor todo era quietud y en el aire flotaba un no sé qué extraño y fascinante. El cielo estaba totalmente despejado y me pareció un océano lleno de misterios.
De pronto, sin saber por qué, me dieron unas ganas bárbaras de mirar la luna. La busqué y la busqué con la mirada, y nada. No se la veía por ningún lado. Me puse un par de anteojos, y nada. Me los saqué, los limpié cuidadosamente, me los volví a poner... nada.

Recordé que tenía un potente telescopio portátil. Me pasé un rato largo mirando el cielo a través de su lente, pero la luna no aparecía por ningún lado. Ni siquiera opacaba por su presencia.

Nubes no había ni una. Estrellas, un montón. Pero la luna no estaba. Me fijé en el almanaque. Era un día de luna llena. ¿Cómo podía ser que no estuviera? ¿Dónde se habría metido? En algún lugar tenía que estar. Decidí esperar.

Esperé con ganas. Esperé con impaciencia. Esperé con curiosidad. Esperé con ansias. Esperé con entusiasmo. Esperé y esperé. Cuando terminé de esperar miré al cielo, y nada.

Cuando pude sobreponerme a mi decepción, me serví un café. Lo bebí lentamente. Cuando lo terminé de tomar la luna seguía sin aparecer. Me serví otro café. Cuando lo terminé de tomar ya había tomado dos cafés. Pero de la luna, ni noticias. Después del décimo café la luna no había aparecido y a mí se me había terminado el café. Paciencia por suerte todavía tenía.

Consulté las tablas astronómicas que siempre llevaba en la mochila. Eclipse no había. Pero de la luna, ni rastros. Volví a tomar el telescopio. Enfoqué bien, en distintas direcciones.

El cielo nocturno era maravilloso y, como tantas otras veces, me sorprendió mucho encontrar algo que no esperaba ver. Mucho menos en ese momento y en ese lugar. Ahí a lo lejos, entre tantas galaxias con tantas estrellas y tantos cuerpos desconocidos que se movían en el espacio había un pequeño planeta con un cartelito que decía "Tierra". Le di mayor potencia al telescopio y pude ver claramente que en la terraza de mi casa todavía estaba colgada la ropa que me había sacado antes de ponerme el traje de astronauta. Adentro, en el comedor, mi esposo y los chicos comían ravioles con tuco y miraban un noticiero por televisión. En ese momento justo estaban mostrando una foto mía y el Servicio de Investigaciones Espaciales informaba que yo había alunizado sin dificultades.

Me tranquilicé y me quedé afuera, disfrutando serenamente de la noche, mirando todo con la boca abierta, absorta en vaya a saber qué, tan distraída como siempre, totalmente en la luna.



Adela Basch

Cuento: El niño gigante


El niño gigante
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Un día un niño muy grande llegó a un pueblo que le pareció un poco especial. Toda la gente era muy pequeña. El niño tenía mucha hambre y le dieron de comer.
Como el niño no encontró a sus padres en aquel pueblo, dio las gracias por la comida y ya se iba a marchar para seguir buscando, cuando le dijeron que lo que había comido costaba mucho dinero y que tendría que pagar por ello. Pero el dinero que tenía el niño no valía para pagar en aquel pueblo.
Le dijeron que tendría que trabajar para pagarles su comida. El niño contestó que él no sabía trabajar porque era un niño. Le contestaron que era demasiado grande para ser niño y que podía trabajar mejor que nadie porque era un gigante.
Así que el niño que era muy obediente, se puso a trabajar. Como trabajó mucho le entró mucha hambre y tuvo que comer otra vez. Y como estaba muy cansado tuvo que quedarse allí a dormir. Y al día siguiente tuvo que trabajar otra vez para poder pagar la comida y el alojamiento.
Cada día trabajaba más, cada día tenía más hambre y cada día tenía que pagar más por la comida y la cama. Y cada día estaba más cansado porque era un niño.
La gente del pueblo estaba encantada. Como aquel gigante hacía todo el trabajo, ellos cada día tenían menos que hacer. En cambio, los niños estaban muy preocupados: el gigante estaba cada día más delgado y más triste. Todos le llevaban sus meriendas y las sobras de comida de sus casas; pero aun así el gigante seguía pasando hambre. Y aunque le contaron historias maravillosas no se le pasaba la tristeza.
Así es que decidieron que, para que su amigo pudiera descansar, ellos harían el trabajo. Pero como eran niños, aquel trabajo tan duro les agotaba y además, como estaban siempre trabajando no podían jugar, ni ir al cine, ni estudiar. Los padres veían que sus hijos estaban cansados y débiles.
Un día los padres descubrieron lo que ocurría y decidieron que había que castigar al gigante por dejar que los niños hicieran el trabajo pero cuando vieron llegar a los padres del niño gigante, que recorrían el mundo en busca de su hijo, comprendieron que estaban equivocados. El gigante ¡era de verdad un niño!
Aquel niño se fue con sus padres y los mayores de aquel pueblo tuvieron que volver a sus tareas como antes. Ya nunca obligarían a trabajar a un niño, aunque fuera un niño gigante.

Texto de: Jose Luis García Sánchez y M.A. Pacheco.
(Este cuento forma parte de la serie Los Derechos del niño, cuentos dedicados a ilustrar los principios del decálogo de los Derechos del niño proclamados por la ONU.)
Con este cuento, padres e hijos podrán reflexionar acerca de los Derechos de los niños. Según la Declaración de los Derechos de los niños, 'el niño debe ser protegido contra toda forma de abandono, crueldad y explotación. No deberá permitirse al niño trabajar antes de la edad mínima adecuada...'. Guiainfantil.com les ofrece el cuento 'El niño gigante'.

Cuento: El amigo Pérez


El amigo Pérez

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Bruno abrió la boca y el espejo del baño se empañó. Lo limpió con la manga y se tocó diente por diente con la lengua, con un dedo. Uno por uno. Pero, nada.
Buscó al abuelo y lo encontró en el galponcito del fondo arreglando la manija de la pava. Bruno le mostró sus dientes, todos en su lugar. Duros, firmes.
El abuelo miró hacia los tirantes del techo y dijo en un susurro:
—Paciencia, Ratón Pérez...
Y allá arriba, uno de los tirantes crujió.
—Ahí está ¿viste? Ya escuchó —dijo el abuelo.
Y Bruno, en un cuchicheo:
—Sí, ya escuchó, pero ¿y si se aburre? ¿y si se muda? ¿y si se muere de esperar?
—El Ratón Pérez es eterno —declaró el abuelo.
Pero igual, ni un solo diente se aflojaba.
Hasta que una mañana, al morder una tostada demasiado crocante, se le cayó un diente… al abuelo.
—¡DÁMELO! ¡DAME! —gritó Bruno— ¡LO PONGO EN MI ALMOHADA!
—¡JA! —rió el abuelo con un diente menos— ¡El amigo Pérez no es tonto!
Pero Bruno quiso y quiso. Lavó el diente hasta que quedó bastante blanco y lo metió debajo de su almohada.
Antes de salir para la escuela fue hasta el galponcito, miró los tirantes del techo y susurró:
—Hay diente, Ratón Pérez...
Y uno de los tirantes crujió.
Cuando Bruno volvió de la escuela, entró a su cuarto más que corriendo casi volando y levantó la almohada.
¡Estaba! ¡Estaba! ¡Estaba! ¡Ahí estaba!
—¡ABUELO! ¡ABUELO MIRÁ!
Bruno mostraba una moneda de un peso.
—Falsa —dijo el abuelo.
Y sacó del bolsillo una moneda legítima para comparar.
Bruno miró la moneda que le mostraba el abuelo y después la suya. ¡Grrr! Sí, sí y sí. Más falsa que billete de tres pesos. Más falsa que frutilla celeste.
No puede ser, no puede ser... De repente se acordó de una película. Como si la viera de nuevo se acordó: un pirata desconfiado mordía una moneda que parecía de oro para saber si era de verdad.
Entre acordarse y copiarse no pasó un segundo. Bruno mordió con fuerza su moneda.
—¡Ja! El amigo Pérez no es tonto —recalcó el abuelo con voz de experto.
Y en eso, Bruno gritó:
—¡No es tonto, pero te ayuda!
Es que, al morder la moneda falsa, por fin se le había aflojado... un diente de verdad.

Extraído, con autorización de la autora, de la Antología para 1° ciclo EGB (Buenos Aires, A-Z Editora, 2002).

Cuento: La brujita Anita y Lili hacen un pastel


LA BRUJITA ANITA Y LILI HACEN UN PASTEL



Había una vez, en un pueblito muy lejano llamado Cherry, una brujita que se llamaba Anita.
Un día muy frio se le ocurrió hacer un pastel. Entonces, invitó a su amiga, la brujita Lili, para que la ayudara y ella llevó frutillas porque le encantaban.
Se fueron a la cocina para hacer el pastel… mmm qué rico, ya quiero comer pastel. Expresaron las dos.
La brujita Anita dijo que para cocinar se necesita un gorro y delantal. Sacó su varita mágica y dijo… tres tris tras con gorro y delantal te vestirás. Y pum, aparecieron vestidas las dos.
En ese momento llegó Tomi, el gatito negro de la brujita Anita, a él le encanta observar cómo cocinan.
Para hacer el pastel necesitamos los utensilios de cocina, dijo Anita, y con su varita mágica dijo… tres tris tras utensilios para hacer pasteles a la mesa llegarán y aparecieron todos los elementos en la mesa.
¿Saben qué les faltaba?... ¡¡¡los ingredientes!!! Entonces, volvió a usar su varita mágica y dijo… tres tris tras ingredientes volando a la mesa llegarán. Y así fue, llegaron volando y la brujita Lili los iba nombrando… harina, leche, manteca, azúcar, chocolate y huevos.
Lili se dio cuenta que faltaban las frutillas, entonces la brujita Anita por arte de magia hizo aparecer las frutillas… tres tris tras las frutillas aparecerán y por el aire llegarán.
A Anita, Lili y Tomi se les hacía agua la boca por esas frutillas, se veían deliciosas.
Ahora solo les faltaba poner los huevos, harina, manteca, azúcar, chocolate y mezclar. Lili seguía muriéndose por probar las frutillas y a cada rato preguntaba, ¿falta mucho para usarlas? ¡Si! Lili, son para decorar, dijo Anita.
Cuando Anita puso la manteca en el bowl, la brujita Lili se tomó toda la leche, era muy desobediente. Y le pidió a que por favor no se comiera nada más porque se iban a quedar sin pastel y se fue hasta la heladera a traer más leche. En ese momento, Lili se quedó sola mirando con atención las frutillas… tenía muchas ganas de comérselas… Anita ¿se irá a enojar? (pensaba) pero le ganó el deseo y se comió una, luego otra y así toda la fuente.
Justo Anita regresaba con la leche y vio que no quedaban más frutillas. ¡Lili, te comiste todas las frutillas! Mientras Lili decía, ¡yo no fui, fue Tomi!
Noooooo, yo no fui, dijo Tomi, un poco enojado.
Hay alguien que huele a frutilla y tiene la boca toda manchada de frutilla, ¿quién será? Mmm…
¡Fui yo, perdóname! No volveré a hacerlo más, es que me gustan mucho.
Está bien, no pasa nada. Continuemos haciendo el pastel, dijo Anita.
Pusieron los ingredientes en el bowl y Lili otra vez se había tomado la mitad del chocolate, no había entendido nada… solo había dejado un poquito y lo echó en el bowl.
Yo quiero poner haría, gritaba Lili mientras saltaba y justo en ese momento, le dio un gran estornudo y llenó de harina toda la cocina. La dejo un desastre. Hasta Tomi quedó bañado.
Las dos se rieron, otra cosa no les podía pasar.
La brujita Anita, usó la varita otra vez y dijo… tres tris tras todo limpito quedará… y la cocina quedó brillante.
Lili y el gato comenzaron a gritar que querían pastel. Anita mezcló todo y llevó el pastel al horno para que se cocine y luego de unos minutos el pastel estuvo listo.
Por fin, quedaron todos contentos y se les hacía agua la boca por probar el pastel.
Tomi sacaba la lengua, esperando su porción.
¡Las frutillas quedaron hermosas!
Y colorín colorado, este cuento se ha terminado…
Zapatito roto, mañana te cuento otro.

Micaela Lobo. 

Miguelito y su primer día de escuela


Miguelito y su primer día de escuela...

Había una vez un nene llamado Miguelito que se mudó a Colorlandia, un pueblo muy popular, donde tenía que hacer nuevos amigos y buscar una nueva escuela.
Una semana después, Miguelito encontró su escuelita nueva, pero tenía mucho miedo…
No dejaba de pensar ni un segundo en cómo iba a ser su primer día de clases
A la mañana siguiente, se levantó, preparó su mochila y acompañado de su mamá salió a esperar el autobús.
Al subirse, todos sus compañeritos lo saludaron y se sentó junto a Simón, el dormilón.
Miguelito, muy callado, no dejó de imaginar su primer día, su seño y millones de cosas más.
El miedo aumentó cuando Alfonso, el curioso, comenzó a nombrar los colores que había aprendido el día anterior con la seño.
Al llegar a la escuela, todos sus compañeros bajaron corriendo del autobús, pero él se quedó escondido detrás de un árbol porque no se animaba a entrar.
Minutos después, salió la seño Tina a buscarlo. Lo encontró, le sonrió y le dijo:
-Hola, tu debes ser Miguelito.
-Sí así es. Contestó, con cara de asustado.
-Yo soy tu nueva seño, me llamo Tina. ¡Vení, pasemos a la salita!
-Es que… mmm…
-¿Qué pasa, porqué estás así?
Miguelito se tapó con las manos su carita y contestó:
-Seño, yo no sé los colores y uno de mis compañeritos sí.
-Bueno, no te preocupes, aquí estamos todos para aprender. Dale, dame tu manito y entremos.
Miguelito sonrió y aceptó entrar a la salita.
Tina, la seño, lo presentó ante sus compañeros y dejó de lado la clase que había planeado para ese día. Su nuevo objetivo era que Miguelito aprendiera los colores.
La seño sacó una hoja de color amarillo y les preguntó:
-¿Qué cosas de este color conocen?
-El limón… el sol. Respondió Alfonso, el curioso.
-¡¡¡Una banana!!! Gritó Juliana, la charlatana.
-¡Muy bien! Y ¿Cómo se llama este color?
-Amarillo seño, como los pollitos. Dijo el dormilón Simón.
-Perfecto. Contestó Tina, la seño.
-Y este color ¿Cómo se llama? Preguntó la seño mientras les mostraba la copa muy verde de un árbol.
-¡¡¡Verde!!!... verde como la rana. Gritó Alfonso.
-Los cocodrilos también son de ese color seño. Respondió Miguelito.
-¡Excelente! Exclamó la seño.
-Y a ver… este color, ¿Cuál es? Preguntó la seño mientras señalaba una silla naranja.
-Ese es naranja. Contestó Juliana.
-Y ¿Qué podemos encontrar de este color?
-¡¡¡Mi remera seño!!!... mi remera es de ese color, igual que una zanahoria. Respondió Miguelito.
-¡Genial! Contestó la seño.
La seño Tina, muy emocionada por la participación de los niños y sobre todo la de Miguelito, continuó de la misma manera con los demás colores…
Siguió con el azul.
Luego con el rojo
… el rosa
… el blanco
… el gris
… y por último, el marrón.
Al terminar la clase, la seño se acercó a Miguelito y le preguntó:
-¿Cómo te sentiste en tu primer día?
-Muy feliz seño porque hice amigos nuevos y descubrí una seño que me ayudó a aprender los colores con una clase muy divertida. Respondió Miguelito.
La seño, mientras tocaba su naricita, le dijo:
-Me encanta que estés feliz, junto a tus compañeros vamos a ayudarte siempre.
Y colorín colorado, este cuento se ha terminado.

Micaela Lobo y Majo Cruz. 

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Poesía: CANGREJITO DISTRAIDO


CANGREJITO DISTRAÍDO
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CANGREJITO DISTRAÍDO
,
EN LA ARENA TE HAS DORMIDO
.
¡DESPIERTA ANTES QUE EL SOL

TE ABRACE CON SU CALOR!


UNA OLA, CON SU ESPUMA,

SUAVEMENTE TE SALUDA

Y TE DEJA DE REGALO

UN BESITO MUY SALADO.


CAMINANDO DE COSTADO,

CANGREJITO SONROJADO,

REGRESÁ CORRIENDO AL MAR

PORQUE ALLÍ TENÉS TU HOGAR.

Letra y Música: Mónica Tirabasso


MAMÁ ¿PORQUE NADIE ES COMO NOSOTROS?

MAMÁ ¿PORQUE NADIE ES COMO NOSOTROS?
Luis maria Pescetti
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La mamá de Joshua es peruana, el papá es estadounidense, y él nació en México.
 Flavia, quien los conoció en un viaje, le pregunta a su mamá:
 “¿Por qué ellos no hablan como nosotros?”
 El papá y la mamá de Flavia son brasileros y viven en Brasil,
 pero sus abuelos maternos son una señora danesa casada con un señor brasilero. 
Ellos viven en Venezuela.
 Sus abuelos paternos son un señor italiano casado con una señora inglesa. 
Éstos viven en Brasil.
 Cierta vez ganaron un premio en un concurso de televisión.
 Raúl los vio desde su propio país y, al saber cómo estaba compuesta esa familia, le comentó a su mamá:“¡Qué raros son!” 
Los padres de Raúl, son colombianos. 
El papá es pastor protestante, y Raúl, a veces, juega en el templo.
 En la escuela tenía un amigo llamado Esteban, quien siempre le preguntaba:
 “Raúl, ¿qué se siente tener un papá medio cura?
Esteban se fue a vivir con su familia a Canadá, por una beca que consiguió el padre.
 Sus abuelos son polacos, originarios de un pueblo que ya no existe, pues desapareció durante la guerra.
 Se escribe con un amigo que se llama Miguel, y en una carta éste le dijo que le sonaba extraño que toda la familia se hubiera mudado sólo porque el papá quería estudiar.
 El papá de Miguel es judío, pero la mamá es católica.
 Cuando fueron novios decidieron que festejarían todas las celebraciones de las dos religiones. 
Su amiga, Teresa, les dice que tendrían que elegir, porque nadie puede tener dos fines de año en un mismo año.
 La mamá de Teresa estaba separada y ya tenía un hijo cuando conoció al papá de Teresa, quien también estaba separado, pero no tenía hijos. 
Se enamoraron, se fueron a vivir juntos y a los dos años nació ella. 
Martín, quien es uno de sus compañeros de escuela, le preguntó a su mamá: 
“¿Por qué esa familia se armó de a pedacitos? 
Los papás de Martín y Josefa (su hermana) vivían a media cuadra de distancia cuando eran niños. Fueron amigos durante la infancia y se hicieron novios a los 17 años. Han estado toda la vida juntos. Juan, quien estudiaba judo con Martín, le argumenta que vivir siempre en el mismo barrio debe de ser muy aburrido. 
El papá de Juan es ingeniero en computación, pero heredó de su familia un camión con el que hace mudanzas (si no son muy grandes), y ellos mismos han cambiado de barrio siete veces desde que él nació.
 Juan chatea con un amigo que conoció por Internet. 
Vive en México y se llama Joshua. 
Él no entiende cómo Juan y su familia pueden vivir mudándose toda la vida.
 La mamá de Mirta trabaja en un supermercado, la de Tomás es gerente en un banco. 
El papá de Raulito es negro, y su mamá es blanca; 
los papás de Iñaki son blancos, los papás de Sushiro son japoneses (pero nacieron en Perú).
 El papá de Alberto es alto y gordo, el de Cristina es flaco y alto; la mamá de Elsa es baja y se queja de tener una cola demasiado ancha.
 La mamá de Sofía no es ni alta ni baja, pero tiene el pelo rizado y le gustaría tenerlo lacio y largo. 
Al papá de Eduardo le encantan los deportes, igual que a la mamá de Inés, pero al papá de Ignacio le gusta relajarse viendo la tele, mientras toma una cerveza.
 La mamá de Eugenio odia el fútbol, pero a la mamá de Coqui le encanta ir a la cancha. 
La mamá de Yahir es musulmana, el papá de Teo es católico (pero la mamá dice que no cree en nada)
Los papás de Susana tienen una señora que los ayuda en la casa, los papás de Mirta deben hacerlo todo ellos mismos. 
Los papás de Alberto son mexicanos, pero están separados (aunque viven en la misma ciudad). 
Los papás de Carolina no están separados,pero el papá trabaja en una empresa que está en otro país, vuela los lunes en la madrugada y regresa los viernes por la tardecita (sólo está en su casa los fines de semana y durante las vacaciones). 
Y cada uno ha preguntado alguna vez a su mamá: 
“¿Por qué nadie es como nosotros?”

Poesía: CUANDO LEO


CUANDO LEO


CUANDO LEO, ME DIVIERTO.

CUANDO LO HAGO CON PAPÁ,
ME DIVIERTO MUCHO MÁS.

CUANDO ME LEE MI HERMANO,
TENGO RISA PARA RATO.

CUANDO LEEN LOS ABUELOS,
PONEN CARA DE MISTERIO.

CUANDO ME LEE MI MAMÁ,
¡SÉ QUE VOY A DISFRUTAR!

CUANDO LEO CON MIS TIOS,
¡ESO SÍ QUE ES UN LÍO!

CON TODOS ME GUSTA LEER
Y MUCHAS COSAS APRENDER.

Rosa Prieto Gamote
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Maru, la distraída


Maru, la distraída 
Margarita Eggers Lan

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María Eugenia es una chica simpática y buena. 
Pero tiene un defecto: es muy, pero muy distraída.
 La mamá de Maru, (porque todos le dicen Maru), trabaja en una oficina y le deja siempre mensajes en la heladera para que no se olvide de las cosas que tiene que hacer. 
Un día le escribió con letra bien grande:
“Lavá los platos. 
Sacá a pasear a Lucas.” 

Lucas es un perrito pequinés que se la pasa
haciendo piruetas y saltando entre almohadones
. Pero ese día, cuando la mamá de María Eugenia volvió,
 lo encontró todo mojado y temblando de frío. 
Y más grande fue su sorpresa cuando vio llegar a nuestra amiga con el cochecito de las muñecas y los platos adentro. 

–Maru, ¿qué estás haciendo? ¿Qué le pasó a Lucas? –le preguntó. 
Y ella contestó: 
–Mamá, hice lo que me dijiste: ¡lavé a Lucasy saqué los platos a pasear! 
–¡No! ¡Dije que lavaras los platos y pasearas a Lucas! Pero bueno –dijo la mamá–,
 a Lucas no le venía mal un baño y los platos seguramente estaban muy aburridos en la cocina.
 Otro día había un mensaje que decía: 

“Maru, por favor comprá un kilo de papas y doce huevos.”
 No se pueden imaginar la fuerza que hizo María Eugenia:
 llegó con la lengua afuera arrastrando una bolsa con doce kilos de papas…y un huevo, bien cuidadito, en la mano.
 Por supuesto que no pudieron hacer tortilla esa noche, pero eso sí, comieron puré por un montón de días. Lo peor sucedió en setiembre. 
Se acercaba el día del maestro y la mamá de Maru había encargado en una juguetería un elefante de peluche para la señorita. Como además iban a festejarlo en el aula, le pidió a Don Paco, el rotisero, que le preparara unas empanadas.
 Ese día la mamá llegó corriendo de la oficina para ir a la fiestita, y mientras se cambiaba le dijo a su hija: –Pasá a buscar las empanadas y el elefante de peluche.
 El tiempo pasaba y Maru no llegaba. De pronto, su cabecita se asomó por la puerta: 

–Mami –dijo– ¡Empanadas de peluche no pude conseguir por ningún lado!
 –¡No! –exclamó la mamá agarrándosela cabeza y mirando hacia la puerta–. ¿Qué trajiste? ¡A ver!   ¿Qué imaginan ustedes? 
Sí, señores. Había un elefante hecho y derecho en la puerta del departamento. Pero no de peluche, claro. Y bueno, no hubo manera de conseguir que la maestra entendiera que aunque el elefante no era de peluche, igual era un regalo. Así que desde ese día Nino, porque así se llama el elefante, vive en la casa de María Eugenia. Pero la mamá se cuida muy bien de pedirle a Maru que haga los mandados, por lo menos hasta que crezca un poco y se le pase la distracción.
Fin

Poesía: La vaca estudiosa

La vaca estudiosa

 María Elena Walsh,
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Había una vez una vaca 
en la Quebrada de Humahuaca. 
Como era muy vieja, muy vieja, 
estaba sorda de una oreja.

Y a pesar de que ya era abuela 
un día quiso ir a la escuela. 
Se puso unos zapatos rojos, 
guantes de tul y un par de anteojos.

La vio la maestra asustada
y dijo: - Estas equivocada. 
Y la vaca le respondió: 
¿Por qué no puedo estudiar yo?

La vaca, vestida de blanco, 
se acomodó en el primer banco. 
Los chicos tirábamos tiza 
y nos moríamos de risa.

                          La gente se fue muy curiosa 
                          a ver a la vaca estudiosa. 
                      La gente llegaba en camiones, 
                        en bicicletas y en aviones.

                       Y como el bochinche aumentaba 
                           en la escuela nadie estudiaba. 
                               La vaca, de pie en un rincón, 
                               rumiaba sola la lección.

                           Un día toditos los chicos 
                          se convirtieron en borricos. 
                      Y en ese lugar de Humahuacala 
                           única sabia fue la vaca.