viernes, 14 de junio de 2019

Cuento: La llave de Josefina


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La llave de Josefina

Hay gente que no tiene paciencia para leer historias.
Acá se cuenta que Josefina iba caminando y encontró una llave. Una llave sin dueño. Josefina la levantó y siguió andando.
Seis pasos más allá encontró un árbol. Con la llave abrió la puerta del árbol y entró. Vio cómo subía la savia hasta las ramas y subió con la savia.
Y llegó a una hoja y a una flor. Se asomó a la orilla de un pétalo, vio venir a una abeja y la vio aterrizar.
Con la llave, Josefina abrió la puerta de la abeja y entró.
La oyó zumbar desde adentro, conoció el sabor del néctar y el peso del polen.
Y voló hasta un panal.
Con la llave abrió la puerta del panal, abrió la puerta de una gota de miel y entró y goteó sobre la zapatilla de un hombre que juntaba la miel.
Hay gente que en esta parte ya se aburrió y prende la tele. Pero la historia dice que, con la llave, Josefina abrió la puerta del hombre y entró. Y sintió lo fuerte que quema el sol y cómo se cansa la cintura y que el agua es fresca. Y, con la mano del hombre, acarició a un perro común y silvestre.
Con la llave, Josefina abrió la puerta del perro y entró. Y les ladró a las gallinas, al gato y al cartero. Y después abrió la puerta del cartero, del gato, de las gallinas, de las limas para uñas, de las tortas de crema, de los banquitos petisos y de los grillos.
Hay gente que, a esta altura, ya se fue a tomar la leche. Pero la historia dice que, cuando estuvo segura de que esa llave abría todas las puertas, Josefina abrió la puerta de Josefina y entró.
Se sentó en el banquito petiso y, con la lima para uñas, se puso a hacer otra llave distinta a la primera, pero igual.
Después se quedó sentada en el banquito, pensando. Josefina quiere elegir a quién darle la segunda llave. Porque no es cuestión de entregársela a cualquiera.
Pero si vos todavía estás ahí, si no prendiste la tele y no te fuiste a tomar la leche... acá la tenés, tomala. Porque dice Josefina que la llave es tuya.


Extraído, con autorización de la autora, del libro Sacá la lengua (Buenos Aires, Editorial El Ateneo, 1999; colección Cuenta conmigo).

Cuento: Mirar la luna

Mirar la luna

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Una noche de verano sumamente calurosa, una noche de fines de diciembre, salí a tomar aire afuera de la cabaña que ocupaba temporariamente.
La noche era apacible y hermosa. A mi alrededor todo era quietud y en el aire flotaba un no sé qué extraño y fascinante. El cielo estaba totalmente despejado y me pareció un océano lleno de misterios.
De pronto, sin saber por qué, me dieron unas ganas bárbaras de mirar la luna. La busqué y la busqué con la mirada, y nada. No se la veía por ningún lado. Me puse un par de anteojos, y nada. Me los saqué, los limpié cuidadosamente, me los volví a poner... nada.

Recordé que tenía un potente telescopio portátil. Me pasé un rato largo mirando el cielo a través de su lente, pero la luna no aparecía por ningún lado. Ni siquiera opacaba por su presencia.

Nubes no había ni una. Estrellas, un montón. Pero la luna no estaba. Me fijé en el almanaque. Era un día de luna llena. ¿Cómo podía ser que no estuviera? ¿Dónde se habría metido? En algún lugar tenía que estar. Decidí esperar.

Esperé con ganas. Esperé con impaciencia. Esperé con curiosidad. Esperé con ansias. Esperé con entusiasmo. Esperé y esperé. Cuando terminé de esperar miré al cielo, y nada.

Cuando pude sobreponerme a mi decepción, me serví un café. Lo bebí lentamente. Cuando lo terminé de tomar la luna seguía sin aparecer. Me serví otro café. Cuando lo terminé de tomar ya había tomado dos cafés. Pero de la luna, ni noticias. Después del décimo café la luna no había aparecido y a mí se me había terminado el café. Paciencia por suerte todavía tenía.

Consulté las tablas astronómicas que siempre llevaba en la mochila. Eclipse no había. Pero de la luna, ni rastros. Volví a tomar el telescopio. Enfoqué bien, en distintas direcciones.

El cielo nocturno era maravilloso y, como tantas otras veces, me sorprendió mucho encontrar algo que no esperaba ver. Mucho menos en ese momento y en ese lugar. Ahí a lo lejos, entre tantas galaxias con tantas estrellas y tantos cuerpos desconocidos que se movían en el espacio había un pequeño planeta con un cartelito que decía "Tierra". Le di mayor potencia al telescopio y pude ver claramente que en la terraza de mi casa todavía estaba colgada la ropa que me había sacado antes de ponerme el traje de astronauta. Adentro, en el comedor, mi esposo y los chicos comían ravioles con tuco y miraban un noticiero por televisión. En ese momento justo estaban mostrando una foto mía y el Servicio de Investigaciones Espaciales informaba que yo había alunizado sin dificultades.

Me tranquilicé y me quedé afuera, disfrutando serenamente de la noche, mirando todo con la boca abierta, absorta en vaya a saber qué, tan distraída como siempre, totalmente en la luna.



Adela Basch

Cuento: El niño gigante


El niño gigante
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Un día un niño muy grande llegó a un pueblo que le pareció un poco especial. Toda la gente era muy pequeña. El niño tenía mucha hambre y le dieron de comer.
Como el niño no encontró a sus padres en aquel pueblo, dio las gracias por la comida y ya se iba a marchar para seguir buscando, cuando le dijeron que lo que había comido costaba mucho dinero y que tendría que pagar por ello. Pero el dinero que tenía el niño no valía para pagar en aquel pueblo.
Le dijeron que tendría que trabajar para pagarles su comida. El niño contestó que él no sabía trabajar porque era un niño. Le contestaron que era demasiado grande para ser niño y que podía trabajar mejor que nadie porque era un gigante.
Así que el niño que era muy obediente, se puso a trabajar. Como trabajó mucho le entró mucha hambre y tuvo que comer otra vez. Y como estaba muy cansado tuvo que quedarse allí a dormir. Y al día siguiente tuvo que trabajar otra vez para poder pagar la comida y el alojamiento.
Cada día trabajaba más, cada día tenía más hambre y cada día tenía que pagar más por la comida y la cama. Y cada día estaba más cansado porque era un niño.
La gente del pueblo estaba encantada. Como aquel gigante hacía todo el trabajo, ellos cada día tenían menos que hacer. En cambio, los niños estaban muy preocupados: el gigante estaba cada día más delgado y más triste. Todos le llevaban sus meriendas y las sobras de comida de sus casas; pero aun así el gigante seguía pasando hambre. Y aunque le contaron historias maravillosas no se le pasaba la tristeza.
Así es que decidieron que, para que su amigo pudiera descansar, ellos harían el trabajo. Pero como eran niños, aquel trabajo tan duro les agotaba y además, como estaban siempre trabajando no podían jugar, ni ir al cine, ni estudiar. Los padres veían que sus hijos estaban cansados y débiles.
Un día los padres descubrieron lo que ocurría y decidieron que había que castigar al gigante por dejar que los niños hicieran el trabajo pero cuando vieron llegar a los padres del niño gigante, que recorrían el mundo en busca de su hijo, comprendieron que estaban equivocados. El gigante ¡era de verdad un niño!
Aquel niño se fue con sus padres y los mayores de aquel pueblo tuvieron que volver a sus tareas como antes. Ya nunca obligarían a trabajar a un niño, aunque fuera un niño gigante.

Texto de: Jose Luis García Sánchez y M.A. Pacheco.
(Este cuento forma parte de la serie Los Derechos del niño, cuentos dedicados a ilustrar los principios del decálogo de los Derechos del niño proclamados por la ONU.)
Con este cuento, padres e hijos podrán reflexionar acerca de los Derechos de los niños. Según la Declaración de los Derechos de los niños, 'el niño debe ser protegido contra toda forma de abandono, crueldad y explotación. No deberá permitirse al niño trabajar antes de la edad mínima adecuada...'. Guiainfantil.com les ofrece el cuento 'El niño gigante'.

Cuento: El amigo Pérez


El amigo Pérez

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Bruno abrió la boca y el espejo del baño se empañó. Lo limpió con la manga y se tocó diente por diente con la lengua, con un dedo. Uno por uno. Pero, nada.
Buscó al abuelo y lo encontró en el galponcito del fondo arreglando la manija de la pava. Bruno le mostró sus dientes, todos en su lugar. Duros, firmes.
El abuelo miró hacia los tirantes del techo y dijo en un susurro:
—Paciencia, Ratón Pérez...
Y allá arriba, uno de los tirantes crujió.
—Ahí está ¿viste? Ya escuchó —dijo el abuelo.
Y Bruno, en un cuchicheo:
—Sí, ya escuchó, pero ¿y si se aburre? ¿y si se muda? ¿y si se muere de esperar?
—El Ratón Pérez es eterno —declaró el abuelo.
Pero igual, ni un solo diente se aflojaba.
Hasta que una mañana, al morder una tostada demasiado crocante, se le cayó un diente… al abuelo.
—¡DÁMELO! ¡DAME! —gritó Bruno— ¡LO PONGO EN MI ALMOHADA!
—¡JA! —rió el abuelo con un diente menos— ¡El amigo Pérez no es tonto!
Pero Bruno quiso y quiso. Lavó el diente hasta que quedó bastante blanco y lo metió debajo de su almohada.
Antes de salir para la escuela fue hasta el galponcito, miró los tirantes del techo y susurró:
—Hay diente, Ratón Pérez...
Y uno de los tirantes crujió.
Cuando Bruno volvió de la escuela, entró a su cuarto más que corriendo casi volando y levantó la almohada.
¡Estaba! ¡Estaba! ¡Estaba! ¡Ahí estaba!
—¡ABUELO! ¡ABUELO MIRÁ!
Bruno mostraba una moneda de un peso.
—Falsa —dijo el abuelo.
Y sacó del bolsillo una moneda legítima para comparar.
Bruno miró la moneda que le mostraba el abuelo y después la suya. ¡Grrr! Sí, sí y sí. Más falsa que billete de tres pesos. Más falsa que frutilla celeste.
No puede ser, no puede ser... De repente se acordó de una película. Como si la viera de nuevo se acordó: un pirata desconfiado mordía una moneda que parecía de oro para saber si era de verdad.
Entre acordarse y copiarse no pasó un segundo. Bruno mordió con fuerza su moneda.
—¡Ja! El amigo Pérez no es tonto —recalcó el abuelo con voz de experto.
Y en eso, Bruno gritó:
—¡No es tonto, pero te ayuda!
Es que, al morder la moneda falsa, por fin se le había aflojado... un diente de verdad.

Extraído, con autorización de la autora, de la Antología para 1° ciclo EGB (Buenos Aires, A-Z Editora, 2002).

Cuento: La brujita Anita y Lili hacen un pastel


LA BRUJITA ANITA Y LILI HACEN UN PASTEL



Había una vez, en un pueblito muy lejano llamado Cherry, una brujita que se llamaba Anita.
Un día muy frio se le ocurrió hacer un pastel. Entonces, invitó a su amiga, la brujita Lili, para que la ayudara y ella llevó frutillas porque le encantaban.
Se fueron a la cocina para hacer el pastel… mmm qué rico, ya quiero comer pastel. Expresaron las dos.
La brujita Anita dijo que para cocinar se necesita un gorro y delantal. Sacó su varita mágica y dijo… tres tris tras con gorro y delantal te vestirás. Y pum, aparecieron vestidas las dos.
En ese momento llegó Tomi, el gatito negro de la brujita Anita, a él le encanta observar cómo cocinan.
Para hacer el pastel necesitamos los utensilios de cocina, dijo Anita, y con su varita mágica dijo… tres tris tras utensilios para hacer pasteles a la mesa llegarán y aparecieron todos los elementos en la mesa.
¿Saben qué les faltaba?... ¡¡¡los ingredientes!!! Entonces, volvió a usar su varita mágica y dijo… tres tris tras ingredientes volando a la mesa llegarán. Y así fue, llegaron volando y la brujita Lili los iba nombrando… harina, leche, manteca, azúcar, chocolate y huevos.
Lili se dio cuenta que faltaban las frutillas, entonces la brujita Anita por arte de magia hizo aparecer las frutillas… tres tris tras las frutillas aparecerán y por el aire llegarán.
A Anita, Lili y Tomi se les hacía agua la boca por esas frutillas, se veían deliciosas.
Ahora solo les faltaba poner los huevos, harina, manteca, azúcar, chocolate y mezclar. Lili seguía muriéndose por probar las frutillas y a cada rato preguntaba, ¿falta mucho para usarlas? ¡Si! Lili, son para decorar, dijo Anita.
Cuando Anita puso la manteca en el bowl, la brujita Lili se tomó toda la leche, era muy desobediente. Y le pidió a que por favor no se comiera nada más porque se iban a quedar sin pastel y se fue hasta la heladera a traer más leche. En ese momento, Lili se quedó sola mirando con atención las frutillas… tenía muchas ganas de comérselas… Anita ¿se irá a enojar? (pensaba) pero le ganó el deseo y se comió una, luego otra y así toda la fuente.
Justo Anita regresaba con la leche y vio que no quedaban más frutillas. ¡Lili, te comiste todas las frutillas! Mientras Lili decía, ¡yo no fui, fue Tomi!
Noooooo, yo no fui, dijo Tomi, un poco enojado.
Hay alguien que huele a frutilla y tiene la boca toda manchada de frutilla, ¿quién será? Mmm…
¡Fui yo, perdóname! No volveré a hacerlo más, es que me gustan mucho.
Está bien, no pasa nada. Continuemos haciendo el pastel, dijo Anita.
Pusieron los ingredientes en el bowl y Lili otra vez se había tomado la mitad del chocolate, no había entendido nada… solo había dejado un poquito y lo echó en el bowl.
Yo quiero poner haría, gritaba Lili mientras saltaba y justo en ese momento, le dio un gran estornudo y llenó de harina toda la cocina. La dejo un desastre. Hasta Tomi quedó bañado.
Las dos se rieron, otra cosa no les podía pasar.
La brujita Anita, usó la varita otra vez y dijo… tres tris tras todo limpito quedará… y la cocina quedó brillante.
Lili y el gato comenzaron a gritar que querían pastel. Anita mezcló todo y llevó el pastel al horno para que se cocine y luego de unos minutos el pastel estuvo listo.
Por fin, quedaron todos contentos y se les hacía agua la boca por probar el pastel.
Tomi sacaba la lengua, esperando su porción.
¡Las frutillas quedaron hermosas!
Y colorín colorado, este cuento se ha terminado…
Zapatito roto, mañana te cuento otro.

Micaela Lobo. 

Miguelito y su primer día de escuela


Miguelito y su primer día de escuela...

Había una vez un nene llamado Miguelito que se mudó a Colorlandia, un pueblo muy popular, donde tenía que hacer nuevos amigos y buscar una nueva escuela.
Una semana después, Miguelito encontró su escuelita nueva, pero tenía mucho miedo…
No dejaba de pensar ni un segundo en cómo iba a ser su primer día de clases
A la mañana siguiente, se levantó, preparó su mochila y acompañado de su mamá salió a esperar el autobús.
Al subirse, todos sus compañeritos lo saludaron y se sentó junto a Simón, el dormilón.
Miguelito, muy callado, no dejó de imaginar su primer día, su seño y millones de cosas más.
El miedo aumentó cuando Alfonso, el curioso, comenzó a nombrar los colores que había aprendido el día anterior con la seño.
Al llegar a la escuela, todos sus compañeros bajaron corriendo del autobús, pero él se quedó escondido detrás de un árbol porque no se animaba a entrar.
Minutos después, salió la seño Tina a buscarlo. Lo encontró, le sonrió y le dijo:
-Hola, tu debes ser Miguelito.
-Sí así es. Contestó, con cara de asustado.
-Yo soy tu nueva seño, me llamo Tina. ¡Vení, pasemos a la salita!
-Es que… mmm…
-¿Qué pasa, porqué estás así?
Miguelito se tapó con las manos su carita y contestó:
-Seño, yo no sé los colores y uno de mis compañeritos sí.
-Bueno, no te preocupes, aquí estamos todos para aprender. Dale, dame tu manito y entremos.
Miguelito sonrió y aceptó entrar a la salita.
Tina, la seño, lo presentó ante sus compañeros y dejó de lado la clase que había planeado para ese día. Su nuevo objetivo era que Miguelito aprendiera los colores.
La seño sacó una hoja de color amarillo y les preguntó:
-¿Qué cosas de este color conocen?
-El limón… el sol. Respondió Alfonso, el curioso.
-¡¡¡Una banana!!! Gritó Juliana, la charlatana.
-¡Muy bien! Y ¿Cómo se llama este color?
-Amarillo seño, como los pollitos. Dijo el dormilón Simón.
-Perfecto. Contestó Tina, la seño.
-Y este color ¿Cómo se llama? Preguntó la seño mientras les mostraba la copa muy verde de un árbol.
-¡¡¡Verde!!!... verde como la rana. Gritó Alfonso.
-Los cocodrilos también son de ese color seño. Respondió Miguelito.
-¡Excelente! Exclamó la seño.
-Y a ver… este color, ¿Cuál es? Preguntó la seño mientras señalaba una silla naranja.
-Ese es naranja. Contestó Juliana.
-Y ¿Qué podemos encontrar de este color?
-¡¡¡Mi remera seño!!!... mi remera es de ese color, igual que una zanahoria. Respondió Miguelito.
-¡Genial! Contestó la seño.
La seño Tina, muy emocionada por la participación de los niños y sobre todo la de Miguelito, continuó de la misma manera con los demás colores…
Siguió con el azul.
Luego con el rojo
… el rosa
… el blanco
… el gris
… y por último, el marrón.
Al terminar la clase, la seño se acercó a Miguelito y le preguntó:
-¿Cómo te sentiste en tu primer día?
-Muy feliz seño porque hice amigos nuevos y descubrí una seño que me ayudó a aprender los colores con una clase muy divertida. Respondió Miguelito.
La seño, mientras tocaba su naricita, le dijo:
-Me encanta que estés feliz, junto a tus compañeros vamos a ayudarte siempre.
Y colorín colorado, este cuento se ha terminado.

Micaela Lobo y Majo Cruz. 

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Poesía: CANGREJITO DISTRAIDO


CANGREJITO DISTRAÍDO
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CANGREJITO DISTRAÍDO
,
EN LA ARENA TE HAS DORMIDO
.
¡DESPIERTA ANTES QUE EL SOL

TE ABRACE CON SU CALOR!


UNA OLA, CON SU ESPUMA,

SUAVEMENTE TE SALUDA

Y TE DEJA DE REGALO

UN BESITO MUY SALADO.


CAMINANDO DE COSTADO,

CANGREJITO SONROJADO,

REGRESÁ CORRIENDO AL MAR

PORQUE ALLÍ TENÉS TU HOGAR.

Letra y Música: Mónica Tirabasso